La vaca atada

Nací en Comodoro Rivadavia, una ciudad industrial en la Patagonia argentina,el 2 de julio de1974.
Unas horas antes había muerto el General Perón y el país se encontraba paralizado por el duelo Nacional.
Esa noche mi mamá llegó acompañada de mi padre al Hospital Alvear de YPF con trabajo de parto y al entrar no encontraron a nadie, ni médicos, ni guardia,
ni parteras.
La infancia en Comodoro la recuerdo solitaria, intensa, conectado con la naturaleza, con el mar, el viento y la nieve, como si todo hubiese transcurrido en un
planeta lejano.
Estoy justo en el momento en el que pasé la mitad de mis años allá y la otra mitad acá, en Buenos Aires.
De chico estudié en un colegio de curas, de donde me echaron en tercer año por pegarle a un sacerdote que me había dado una cachetada.
En ese mismo colegio conocí la historia de Ceferino Namuncurá.
Prendí fuego pozos de petróleo abandonados.
Recorrí el país nadando para un club de YPF.
Provoque pequeñas avalanchas tirando grandes piedras desde la punta de los cerros.
Pero lo que recuerdo con mas cariño fue la colección de caricaturas que tuve.
Dibujos en blanco y negro que recortaba de diarios y guardaba como tesoros en cajas de zapatos.
Sentía fascinación por esas imágenes  y también por las historietas de tono político que empezaban a circular con la vuelta a la democracia.
Disfrutaba a escondidas de esas revistas que representaban al mundo adulto, un poco prohibido y provocador, que no entendía del todo pero que de alguna manera se parecía a la libertad.
Con la mirada infantil de mis ocho años también ví cómo un gobierno militar se retiraba de las islas tras la derrota en la Guerra de Malvinas.
Las fotografías de soldados embarrados con la mirada perdida me
quedaron grabadas.
Esas primeras imágenes de la vida política mezcladas con esas otras de la realidad
caricaturizada son el prisma desde donde miro el paisaje social siempre cambiante de nuestro país.

 

Santiago Hafford