Uniformados editorial RM

Santiago Hafford nació en Comodoro Rivadavia, en la provincia argentina de Chubut, en el centro de la Patagonia. Una ciudad petrolera con apenas un siglo de existencia cuyo precipitado desarrollo estuvo lleno de altibajos a tenor del precio del barril de crudo. Comodoro fue sede de la mayor empresa pública argentina, la YPF, hoy propiedad de la Repsol española. Y también fue sede de Gobierno Militar, que ubicó en su demarcación un importante asentamiento castrense cuya misión ha sido proteger la integridad territorial de la Argentina y defender los pozos petroleros. A aquella ciudad de clima duro le tocó ser centro de operaciones militares durante la Guerra de las Malvinas: de su aeropuerto despegaban los aviones con destino a las islas y sus hospitales civiles atendían a los heridos evacuados del frente, muchos de ellos comodorenses cuyas bajas, empezando por el primer soldado caído en combate, fueron numerosas. En las escuelas se llevaban a cabo simulacros de bombardeos para organizar los hipotéticos ataques de la aviación inglesa sobre la población civil. El simulacro, para aquellos niños entre los que se encontraba Santiago, no implicaba ningún riesgo y se vivía sin miedo, como si de un juego se tratara. La guerra, en general, se experimentaba de manera incruenta en la empatía hacia los jóvenes soldados venidos de todas partes del país y obligados a ir a la guerra durante su servicio militar, que durante unos días se alojaban en los hogares de Comodoro y recibían de aquellas familias el último abrazo de despedida. La guerra se intuía en el horizonte, lejana, al otro lado de un mar que algunos de los soldados veían por primera vez, como aquellos jóvenes norteños, de la provincia de Corrientes, que se alojaron en casa de la familia Hafford antes de partir al frente.

Santiago Hafford dice que nunca se le habría ocurrido realizar un ensayo sobre las Fuerzas Armadas, a pesar de que la anterior introducción apunte directamente a un autoanálisis premeditado. Uniformados se debió a un “flechazo” que abrió sus ojos y su mente a un tema insospechado. Nunca había sentido curiosidad por ese tema, pero es evidente que, en el fondo, algo le inquietaba. La cuestión es que un día el diario La Nación, para el que Hafford trabaja como reportero, le encargó que cubriera la visita de un General Inglés a un regimiento del ejercito en la provincia de Buenos Aires. El acto consistió en un gran despliegue de aviones, detonaciones de explosivos y gran parafernalia militar, con una puesta en escena tan anticuada como absurda. A Santiago le desagradó aquel esfuerzo del ejército por representarse como una fuerza democrática cuando la historia de su país hablaba de ultrajes y desapariciones no resueltas, mientras estaban todavía libres los responsables de la última dictadura militar.

Aquel día, de regreso en el diario, las imágenes que había captado durante el simulacro le impresionaron de manera especial -y aún ahora, por cierto, después de muchos años de trabajo, aquellas imágenes del primer día son algunas de las mejores de la serie -. Las fotos expresaban perfectamente la paradoja que había experimentado durante el acto. Y, mientras que su reflexión in situ había sido circunspecta, aquellas imágenes le parecieron grotescas. Pero descubrió que el punto de vista irónico le ofrecía la mejor perspectiva para entender la incomodidad que le había causado la experiencia. Normalmente, todo lo relacionado con lo militar tiende a ser solemne. En cambio, aquella lectura cómica le obligaba como espectador a volver sobre la imagen. Le obligaba a pensar.

De ahí, sin haberlo pretendido en un principio, brotó la motivación que cambiaría su búsqueda como fotógrafo. Se le apareció “el tema”, esa necesidad inconsciente que vuelve dependientes a los fotógrafos hasta la obsesión. Así, siempre que pudo y durante años, Santiago se apuntó a cubrir para el diario ese tipo de notas relacionadas con el ejército. Hasta que llegó el día que no habiendo suficientes encargos de prensa para saciar su necesidad, se colaría por cuenta propia en las jornadas de puertas abiertas de los cuarteles, teniendo que dar a menudo explicaciones sobre la función que cumplirían aquellas fotografías.

Uniformados es un ensayo crítico que ataca mediante la ironía el sentido de jerarquía y pertenencia de los militares. Trascendiendo el punto de partida que le ofrecieron las exhibiciones castrenses y los simulacros de batallas de las Fuerzas Armadas de la República Argentina, pretende ser un ensayo de alcance universal que pone en tela de juicio el sentido del ejército, sus métodos y sus fines, idénticos en cualquier régimen totalitario en tiempo de paz, e idénticos en tiempo de guerra. Un ensayo que nos revela cómo la obediencia ciega del soldado es la que hará posible, llegado el día, cualquier clase de abuso sobre la población civil.

¿Es la ironía la mejor herramienta para desentrañar el militarismo que impregna el planeta y que ha sido la plaga de Latinoamérica, su horror, su delirio? ¿No puede parecer una frivolidad que pasa por alto el dolor de las víctimas? La ironía será una crítica eficaz si remite al centro del problema y no olvida los efectos del poder militar. En la muestra colectiva de fotografía latinoamericana Peso y Levedad (Madrid 2011), las fotos de Santiago Hafford dialogaban con otras realidades en las que se revelaban los abusos de los militares en los países centroamericanos. Rosina Cazalli, con la que trabajé de comisaria, entendía perfectamente -más aún por ser guatemalteca- la necesidad de referirse al ejercito para romper el silencio de censura que normalmente se cierne sobre este tema en Latinoamérica, dialogando con el silencio que también oculta los conflictos y hace invisibles las víctimas de la guerra y la represión. “Por perverso que parezca, decía Cazalli, la suma de estos dos paisajes, su dualidad y complementariedad, explica la dificultad de saber hasta dónde hemos progresado como civilización”.

Los soldados que creen estar llevando a cabo una misión salvífica con la cara pintada y que superan el ridículo de meterse en el bidón durante un simulacro, demuestran su lealtad, su capacidad de obediencia ciega. Los valores en los que se funda el ejército, -tradición, disciplina, coraje, abnegación y sumisión- son los que hacen posible la barbarie, la dictadura, la brutalidad, la tortura y el asesinato, elementos que aparentemente se le oponen. Sobre esa paradoja giraba la idea de una instalación de los artistas austríacos Esther y Jochen Gerz que finalmente no se llevó a cabo, en la que estampaban frases subversivas en cuatro banderas que tenían que ondear en un campo donde los nazis habían fusilado a numerosos resistentes austríacos. Fue el ejército austríaco quien no consintió la instalación pues los eslóganes, además de condenar el asesinato fascista, ponían en tela de juicio los valores militares: el orgullo de ser soldado, la temeridad del coraje, la fidelidad a la patria.

Santiago Hafford también descalifica al ejercito, destapa el camuflaje de buenas intenciones para descubrir sus métodos y fines. Imágenes aparentemente inocentes pero profundamente críticas respecto a la representación del poder.

Laura Terré

Vilanova i la Geltrú, 2012